El espacio: Mondrian y Picasso

Un cuadro de Mondrian es el espacio mismo sin término posible (la conquista espacial en la pintura la inicia Mondrian mucho antes de que los científicos de nuestro tiempo se lanzaran a la aventura de su búsqueda). El espacio se encuentra dentro y fuera del cuadro. Es espacio simultáneo: casi estoy tentado a decir: simultaneidad de la vista y del pensamiento. El espacio creado por Mondrian podemos seguirlo visual y mentalmente. Acto imposible de realizar en una pintura de Picasso. Porque en ella el espacio ha sido tratado como referencia. Más bien para situar en él una serie de acontecimientos objetivos. Esto deja entrever que una obra de Mondrian, por el contrario, nos habla con su propio y nuevo vocabulario espacial de relaciones, dimensiones, divisiones y separaciones sucesivas. Una de Picasso nos habla con un vocabulario en que él le ha dado más importancia al espacio de la escena representada (espacio escenográfico tradicional) que a la propia creación de un nuevo espacio pictórico.

Pablo Picasso. Les Demoiselles d'Avignon. 1907. MoMa

Todo esto queda sentado si es que tomamos el espacio como uno de los ingredientes más importantes de las artes visuales. Si los colores no son visualizados a través del espacio, de la forma o de la materia, la pintura puede caer fácilmente en un arte ilustrativo. Arte del que se ha resguardado Picasso por su genio imaginativo γ versátil. Profundamente dramático. Genio con el que él ha hecho de la pintura un escenario variadamente internacional, considerando—no desde la superficie, sino desde lo más profundo de las cosas—la idea de lo que la verdadera pintura ha sido en todas las épocas: visualización del color.

Siempre he creído, frente a la opinión general, que Mondrian es más libre que Picasso. Mondrian ha creado un arte cuyo espacio no tiene fronteras ni límites. Picasso es quizá el pintor más multiforme, si se quiere, pero no el más libre. Sus invenciones formales (a pesar de ser las más poderosas y variadas que ningún artista haya alcanzado en toda la historia del arte) permanecen forzosamente encerradas en los contornos de sus cuadros. Aunque Picasso pueda crear miles maneras de expresión o miles cambios expresivos, su poliformismo se queda encerrado en la prisión autónoma del espacio de sus telas. La tarea de Mondrian no ha consistido en crear maneras o formas de expresión, sino que la forma expresiva de Mondrian es su libertad: la libertad de introducirnos en un espacio continuo que nunca termina.

Cuando examinamos cuidadosamente los Mondrian de su época cubista y hacemos una profunda búsqueda para relacionarlos (no compararlos) con los cuadros de Picasso de esa misma época, varias cosas me parecen inconfundibles: Primero, que la influencia de Cézanne, técnicamente hablando, es más acentuada en la obra de Mondrian que en la de Picasso (estructura de la materia en el espacio, por ejemplo en sus famosos «Arboles»). Segundo, que el espacio de Mondrian abre nuevos caminos—aun en la época cubista—a la pintura abstracta de nuestros días y a la futura en direcciones diferentes, incluyendo las obras de los pintores Op y Hard-Edge. Por otra parte, mientras Picasso aprovecha el espacio barroco tradicional de los pintores precedentes, Mondrian crea un nuevo concepto del espacio pictórico. Picasso y Braque tenían como principio fundamental la visión estructurada y clara de la forma, perdida, en parte, por los impresionistas y los fauves, pero no la visión interminable de un nuevo espacio pictórico en que los colores quedaran visualizados en términos propiamente espaciales. En sus cuadros el espacio opera todavía en una forma barroca de diagonales visibles o invisibles, diagonales relacionadas con el movimiento centrípeto, de emoción típicamente romántica. Sus correlatos formales quieren organizar todo un lenguaje pictórico que aparentemente actúa en un mundo ordenado, pero que espacialmente sigue siendo barroco.

En sus distintas épocas Picasso ha sido siempre un transformador. Mondrian, desde sus comienzos, un constructor. Picasso roza con los objetos y los transforma. El tiene el don de transformar todo lo que toca. Mondrian construye un sistema de proporciones infinitas en un orden movible, aparentemente estático.

Si analizamos la época figurativa de Mondrian encontraremos, aun en sus comienzos, que él es más «universal» que Picasso. Picasso pinta «un» árbol, Mondrian «el» árbol. Mientras éste generaliza para expresar «el todo», Picasso particulariza para expresarse él mismo. Si Mondrian se convierte en el elemento que él pinta, el objeto que Picasso transforma se convierte en Picasso. El primero se despersonaliza al convertirse en el elemento pintado, sea un árbol o una flor (vistos como elementos), una catedral o un rectángulo. El segundo le comunica toda su personalidad al objeto que él transforma. El toro, el arlequín, los amantes, los músicos, las mesas, mandolinas y pipas, son propiamente Picassos. De ahí que Picasso sea un pintor autobiográfico, y de la autobiografía al drama sólo hay un paso. Picasso es un pintor dramático, de la misma línea que Goya. Mondrian es un pintor sin drama aparente como Vermeer o Velázquez.

Piet Mondrian exposición Sidney Janis Gallery 1949

En ningún momento he querido decir que hay más emoción en un cuadro de Picasso que en uno de Mondrian. Esta palabra suele usarse equivocadamente para definir estadios intensos de expresión artística. La emoción en una obra del primero es el resultado de un rozamiento con los objetos que circundan al hombre, con lo cual quiero decir los objetos inmediatos con los cuales él forma su mundo cotidiano alcanzable y táctil. De ahí que una pintura de Picasso nos hable en una forma más familiar que una obra de Mondrian.

La emoción desprendida de un cuadro de Mondrian es más extraña, viene de otro lado, casi podríamos decir que viene de otro planeta, no hay reconocimiento familiar posible, porque los elementos del mundo intangible y del mundo inorgánico ocupan, por primera vez, en la pintura su más alto nivel. Por otra parte, el espacio cobra un nuevo valor en los dominios de lo visual y lo plástico. En otros términos: el espacio tradicional es cambiado por un espacio completamente nuevo. De ahí el impacto de un cuadro de Mondrian. Y de ahí, también, nuestra deuda con él: cualquiera dirección que la pintura tome (sea en el presente o en el futuro), tendrá que contar con la idea libre del espacio de Mondrian. Todos conocemos, naturalmente, nuestra deuda con el cubismo; y, muy especialmente, con Picasso, su máximo creador. Pero hay que subrayar también que ese movimiento no trajo nada nuevo, si se le considera desde el punto de vista espacial pictórico. Más que una revolución del espacio el cubismo fue una verdadera revolución de la forma, es decir, una auténtica revolución formal. La composición, la forma y su conducta son, pues, los ingredientes que ocasionan en un cuadro cubista la extrañeza y la novedad de su estilo. Ingredientes que no tienen nada que ver con la creación de un nuevo espacio pictórico. Por eso, siempre he creído que una obra cubista no es más que una superficie en la que se han pintado objetos o cosas desintegrados e integrados al mismo tiempo, compuestos formalmente por una síntesis (cubismo sintético) o un análisis (cubismo analítico), objeto y cosas que algunas veces son de difícil reconocimiento, por la transformación de que han sido objeto a causa de un nuevo concepto de la forma y la composición. Esta transformación ha sido guiada, la mayoría de las veces, por una conciencia lógica, un ritmo razonado y propio, una semipresencia formal, hasta cierto punto poderosa. El valor incalculable de la revolución formal del cubismo, especialmente debida a Picasso y Braque, nadie la discute hoy día. Pero el espacio, o un nuevo concepto espacial pictórico, nunca adquiere la visualidad particular de una imagen con su propio espacio. Imagen en que los colores y las formas integran una unidad absoluta relacionada directamente con el espacio, tan absoluta que los colores y las formas integran un conjunto total, un conjunto que no se puede separar del espacio creado. Como sucede, por ejemplo, en una pintura de Mondrian.

Por esa razón los cubistas de su generación no pudieron nunca comprender el mensaje que Mondrian traía con el espacio. Es más, si mal no recuerdo, ni el mismo Apollinaire menciona su nombre como pintor cubista. Y si lo menciona no lo toma en consideración como tal. Sin embargo, Mondrian, además de aprovechar el cambio de visión traído por el movimiento cubista, asimiló todo cuanto tenía que asimilar de las obras de sus congéneres cubistas. Y sobre lo asimilado —que es lo más importante, porque no perdió el hilo de la tradición—, Mondrian pudo agregarle a la pintura un elemento absolutamente autónomo y poderoso: el espacio pictórico sin límites. Mas al sacrificar u ocultar su personalidad —dentro del cuadro— él tuvo la certeza de aliarse con el espacio para que el cuadro fuera el espacio mismo.

Lo importante de todo esto, finalmente, es que Mondrian trae algo que no existía en la pintura occidental, ni en la de ninguna cultura. Antes de Mondrian el espacio pictórico estaba relegado a un segundo plano. Su categoría era pictóricamente secundaria. Era «espacio panorámico», si se trataba de un paisaje. El espacio todavía estaba al servicio de la naturaleza, no a la disposición de la pintura. Creo que los orígenes de estos espacios tradicionales se remontan a las pinturas de representaciones antiguas, más bien rituales o teatrales de viejas civilizaciones. Bastaría recordar, de paso, las pinturas de los vasos griegos, etcétera, para comprobar, en rigor, que el espacio existe, en esos casos, como telón de fondo.

Si analizamos, por otra parte, la pintura oriental en todas sus épocas, la griega, la egipcia, y más tarde la del Medievo y el Renacimiento, y hasta la del Barroco, y acercándonos un poco más a nosotros, la pintura del impresionismo, fauyismo, expresionismo, cubismo, surrealismo, sería fácil comprobar que el espacio en que se mueven las figuras o los objetos es un espacio escenográfico que no tiene nada que ver con el gran descubrimiento de Mondrian: el espacio como lugar de las dimensiones, como algo continuo e ilimitado. Por último : el espacio como la esencia de la pintura misma.

Es posible—por no decir seguro—que la idea del espacio sufriera algunas modificaciones en las distintas épocas pictóricas que anteceden a Mondrian. Pero puede ser cierto que estas variaciones tuvieran más bien un carácter que giró siempre alrededor de lo escenográfico y no alrededor de la función pictórica del espacio como espacio mismo. Me refiero, naturalmente, a la función pictórica específica que hace unir el espacio con los elementos u objetos que integran la composición total del cuadro.

La verdad es que en las épocas anteriores a Mondrian, el espacio estuvo sujeto a la representación escénica de grupos o a la representación de una figura o de muchas figuras aisladas, desterradas del espacio. Si se me permite, yo diría que el espacio estuvo fuera de su propio foco. Por eso, Mondrian es, a mi juicio, el primer pintor que rompe con el espacio pictórico tradicional, sin dejar de seguir (no con la materia, sino con la forma y el espacio) la trayectoria visual de lo que la pintura es, ha sido y será. Picasso, no hay duda, es quien rompe con las formas figurativas tradicionales,· ya sean de procedencia clásica o barroca. En eso me parece que consiste su genio inmenso e inagotable, y su gran contribución a la historia del arte. Aunque algunas veces él se acerca a la ilustración pictórica, como señalé al comienzo de este trabajo (uso la palabra ilustración con la misma propiedad señalada por Berenson en su libro Pintores italianos del Renacimiento). Pero Picasso no podía hacerlo todo. Mas en un campo tan vasto como es el de la pintura, alguien tenía que emprender una tarea de tanta o más importancia que la que Picasso emprendió con la revolución de la forma en el cubismo. Y es Mondrian quien emprende esta tarea y quien abre las puertas a la pintura del porvenir con la creación de un nuevo espacio pictórico.

Cabría señalar, por otra parte, que mientras Mondrian crea un vasto y coherente sistema pictórico, Picasso nos deja porciones de sistemas que pertenecen a la tradición figurativa de todas las culturas en que la preponderancia de lo orgánico ha sido la mira principal de la pintura y de la escultura como artes de la representación.

Un cuadro de Mondrian es el resultado de una tradición que habría que buscarla en los antípodas de la pintura occidental. Me refiero especialmente a la época de los rectángulos (principalmente al período blanco y negro), a un misticismo que nos conduce a la meditación más silenciosa que ningún artista haya logrado expresar en un mundo que nos hace recordar aquellas palabras de Lao Tse: «Gran cuadrado sin ángulos ni lados».

Para aclarar en parte lo anterior, sería conveniente preguntarnos (sin menoscabo alguno de sus obras), ¿qué ha pintado Picasso? Picasso ha pintado arlequines, amantes, pipas, mandolinas, toros, gallos, mujeres, niños, músicos, guitarras, botellas, es decir, la humanidad y sus accesorios. ¿Qué ha pintado Mondrian? Mondrian ha pintado árboles desprovistos de hojas, la pura anatomía de sus ramas (símbolos de una vida extinguida), fachadas de catedrales, dunas, mares petrificados, cruces, muelles cuadriculados, rectángulos en casi toda su vida artística madura. Una reunión más bien de elementos que de objetos. Elementos traductores de una vida inorgánica puesta al servicio de la geometría del espacio y de la soledad.

También se ha hablado mucho de la frialdad de Mondrian y del calor de Picasso. En arte no hay frío ni calor. El cuadro tiene su propia temperatura: la que su creador consigue transmitirnos al situarnos en la atmósfera de su propia creación. En resumen, Picasso y Mondrian son dos símbolos para la pintura de nuestro tiempo. Dos símbolos que han luchado por situarnos en dos espacios y dos mundos pictóricos que ni la física ni las matemáticas pueden juntar.

Pablo Picasso, Málaga, Spain, 1881-1973
Piet Mondrian, Amersfoort, Netherlands, 1872-1944

* Originalmente este artículo del pintor y crítico de arte Darío Suro fue publicado en la revista francesa Aujourd'hui.

– Darío Suro. 37-48-83 St. Jackson Heigts. NEW YORK (V.S.A.)
– Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos. Núm. 224-225, agosto-septiembre 1968. Via cervantesvirtual.com