La Pasión de Darío Suro, segun Maruxa Franco
La Vega era brumosa y lloviznaba mucho. En Santiago, por ejemplo, había un sol fantástico. Yoryi Morel podía pintar esa luz. Pero, en La Vega era lo contrario. Además, si Yoryi triunfaba con sus cuadros llenos de luz, Darío, sentía que no podía hacer lo mismo. Tenía que ser diferente. Darío era obsesivo. Tanto, que cuando empezamos a conocernos, me asustaba. Llegué a pensar que estaba medio loco.
Nos sentábamos en un banco del parque, y cuando creía que me escuchaba, decía: ¡Fíjate cómo empieza a caer la lluvia! No me oía, ni me miraba. Sólo importaba la lluvia. En varias ocasiones rompí los amores, hasta que comprendí. Eso mismo pasó con los caballos. Fue una pasión tremenda, pasaba una yegua o un caballo, y me decía mira, que bestia tan interesante. Prestaba más atención a las bestias que a mí.
Don Jaime, su papá, solía montar caballo y llevarlos al campo. Darío se instalaba en el mercado de La Vega y pintaba lo que veía. Pintaba a los caballos hasta haciendo sus necesidades. El gobierno tiene uno de esta etapa en la cancillería, ojalá que no lo echen a perder. Son tres caballitos preciosos, uno blanco, uno negro y otro marrón; observas sus colas y sientes el fresquito de la lluvia. Eran los caballos que traían del otro lado del Camú.